domingo, 8 de marzo de 2020

TODOS TENEMOS DEMONIOS

Con música todo es más bonito. O más feo. Con música todo puede ser como tú quieras. Ocultamos la realidad tras unos acordes y la pintamos del color que queremos sentir en ese momento. Todos sabíamos por qué sonaba música ese día, pero preferimos ignorarlo y convertirlo en una fiesta. 
Una fada se enganchó a mi brazo, danzando. Y, después, se le unió otra fada. Y otra. Así hasta formar una cadena. Todos bailando por una misma razón, todos tratando de alejar sus propios demonios. 
No sé en qué momento se rompió la cadena, ni cuándo me acoplé a un duende, pero el caso es que estaba funcionando. Aquello era, incluso, divertido. Tan divertido que, por un momento, olvidé todos y cada uno de los problemas que me acechaban. Tan solo estábamos yo y esa fiesta. Tan solo mis pies y los del duende. 
La música se detuvo de golpe cuando una fada apareció corriendo. Sus ojos estaban abiertos como platos y su ropa se encontraba hecha jirones. 
—¡Me han visto! 
Tres palabras. Tres palabras que causaron el caos en menos que gruñe una bruxa. 
Los gritos de pánico nos rodearon en apenas unos segundos, a los que se unió el sonido de pisadas corriendo en todas direcciones. 
—¿Cómo ha ocurrido? 
Pude apreciar el ligero temblor de sus manos y piernas. 
—Me quedé atrás para terminar con mi trabajo —Presionó los labios, dejando una breve pausa antes de continuar hablando—. Estaba tendiendo junto al lago cuando apareció un grupo de humanos. 
—No podemos permitir que encuentren nuestro hogar. —Nuestra líder, que me doblaba en años de experiencia y sabiduría, se colocó a nuestro lado—. Lo sabes, ¿cierto? 
—Lo siento. 
La fada agachó la cabeza, desviando la mirada al suelo. 
—¿Sabes algo sobre ellos? 
—Yo… —de nuevo, realizó una breve pausa entre frases— no, señora. Todo lo que recuerdo haber oído eran planes de ir a buscar al dragón. 
—Repórtalo a nuestros consejeros. Esperemos que a los humanos no les dé por adentrarse en esta zona de la montaña. 
—¡Ha dicho que van a ir a por el dragón! —Sacudí mis manos en el aire, con exasperación—. No podemos dejar que lo maten. 
—Eso ya no es de nuestra incumbencia, Oasis. 
—¡Pero los dragones llevan años…! 
Ella me interrumpió. 
—Se trata de su vida o la nuestra, y en lo que respecta a ese tema no tengo ninguna duda en mi elección. 
Sabía que no debía gritarle a la líder. Sabía que no debía gritar, en general. Que mi misión era ser sumisa y actuar en grupo, protegiendo siempre a mis compañeras por encima de todo. Lo sabía, pero mi cuerpo se negaba a aceptarlo. 
Me giré hacia la otra fada y sujeté su brazo quizá de forma algo brusca. 
—Llévame hacia ellos. 
—¿Qué? 
—Me voy a buscarlos. 
—Oasis —la profunda voz de la líder resonó a mi espalda—. Conoces las reglas. 
—Por supuesto, y precisamente por eso voy. 

Todo el bosque había escuchado historias sobre caballeros salvando a princesas de las garras de feroces dragones. El problema era que los idiotas de los humanos seguían creyendo esas leyendas y salían en busca del dragón. Los dragones existían, por supuesto, y nadie ponía en duda su fiereza. Pero no raptaban princesas ni se comían a campesinos. 
La otra fada, cuyo nombre resultó ser Venus, sujetaba con fuerza mi mano como si temiera que pudiera alejarme. Tuvimos que caminar medio día para encontrar a los humanos. 
—¡Atacad! —escuché gritar—. Si matamos al dragón la recompensa será alta. 
Alguien acababa de atravesar al dragón con su arma. Parecía ser el más joven, ataviado con una armadura vieja y una espada demasiado afilada. 
—¡Para! —chillé, corriendo en su dirección—. ¡Por favor, para! 
—¡No te acerques! 
El humano desvió su espada hacia mí, apuntándome sin temor aparente. 
—Vete y no te pasará nada. 
Tenía la esperanza de poder imponer al joven caballero. Debía tener unos cien años menos que yo, ¿por qué no iba a poder superarle? 
—He venido con una misión. 
—Has venido por una leyenda. 
Él entrecerró los ojos. 
—No sabes nada sobre mí. 
—Todos sois iguales. 
El dragón rugió a mi espalda. La tierra transmitía cada una de sus pisadas, como si fueran los tambores que anuncian una guerra. Una guerra que yo no quería luchar. 
—Necesito el dinero de la recompensa. Arriesgaré mi vida si es necesario por el bienestar de mi pueblo. 
—Yo haré lo mismo por el mío. 

Tuve que usar mi don, a pesar de que lo detestaba, para salvar lo que quería. Venus se encargaba de calmar al dragón, pero no era suficiente. 
Me coloqué junto al borde de la montaña, allí desde donde se podía ver el mar con claridad, y entoné una canción que ya conocía de memoria. Tuve que cerrar los párpados con fuerza para no ver los ojos llenos de desesperación que se acercaban a mí. Sabía que estaban ahí. Sabía que mi canto los atraía y que a la vez los alejaba del dragón. Y por eso seguí cantando con todas mis fuerzas. 
El joven caballero fue el único que resistió a mi llamada. Cuando llegó al borde del abismo mis ojos estaban tan empañados que dejé de entonar, liberándole del encantamiento. 
Pasé muchas noches recordando lo sucedido. Repitiendo la misma secuencia una y otra vez, como si de una cinta estropeada se tratara. Venus intentó ayudarme a olvidar, pero ambas sabíamos que eso no era posible. Mis pesadillas se convirtieron en el deseo de no volver a repetir el mismo error. Noche tras noche, día tras día, trabajé sin descanso para aprender todos los remedios de curación que el bosque conocía. 
Fue así como pasé a ser otra clase de fada; una bruxa. 
No conseguimos salvar al dragón. Cuando volvimos al claro de las fadas un año después, se narraba en todo el Pirineo la leyenda de que un tal Jorge había conseguido derrotar al malvado dragón. Todos tenemos nuestros demonios, y este se uniría a la lista de los míos.


Historias de #Heroínas, concurso Zenda.

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